viernes, 30 de agosto de 2013

Cartas de amor desde el frente de la Primera Guerra Mundial

Cartas de amor desde el frente de la Primera Guerra Mundial

Cartas desde el frente
Los soldados guardaban los documentos en sus uniformes.
Los últimos deseos, pensamientos y preocupaciones de más de 230.000 soldados que murieron en el frente durante la I Guerra Mundial estarán disponibles en internet.
Los soldados guardaban los testamentos escritos a mano en sus agendas de bolsillo, que metían en sus uniformes.
Ahora, los documentos originales en papel que sobrevivieron desde entonces están preservados en 1.300 cajas dentro de un almacén con temperatura controlada gestionado por la compañía de datos Iron Mountain, en Birmingham, Reino Unido.
Los testamentos, propiedad del Servicio de Tribunales de Su Majestad (HMCTS, por sus siglas en inglés), están siendo digitalizados y estarán listos para el centenario de la Guerra, que se cumple el año que viene.
El enorme archivo en línea forma parte, además, de un proyecto más amplio para poner a disposición del público los testamentos de todas las guerras, desde la Guerra de los Boers al conflicto de las islas Falkland/Malvinas.
La BBC tuvo acceso al primer paquete disponible en internet, que incluye los documentos de un antiguo jugador de fútbol profesional y el abuelo del músico de rock Mick Fleetwood.

Harry Lewis-Lincoln

26 años, Primer Regimiento de Bedfordshire

Harry Lewis Hilton
El soldado Harry Lewis-Lincoln murió mientras combatía con su regimiento en Hill 60 cerca de Ypres, en Bélgica, el 5 de mayo de 1915.
El libro de bolsillo que contenía su testamento también incluía una carta que, al igual que en muchos otros casos, iba dirigida a la mujer que se cree era su amor en Reino Unido.
La carta explica: "El viernes por la mañana nos vamos por la costa directamente a Bélgica, se supone que no te puedo contar esto".
El historiador de asuntos militares Jon Cooksey cree que la carta nunca fue enviada porque se hubiera concebido como material sensible.
"Si los alemanes se hubieran apoderado de dicha información, habría sido desastroso porque siempre querían saber dónde estaban las unidades y los movimientos de las tropas", señala.
"También refleja cómo algunos soldados esperaban una guerra 'larga y dura', un detalle del que nunca se habría hablado en el ámbito doméstico para no mermar la moral".
La carta también hace mención a un chico que se cree era el hijo de Lewis-Lincoln.
Dice: "Si nunca regreso a casa, dejo al niño a tu cargo y sé que harás lo mejor para él".

Joseph Dichburn

24 años, Infantería Ligera de Durham

Joseph Ditchburn
Mientras algunos soldados expresan sus pensamientos e inquietudes a sus seres queridos, el soldado Joseph Ditchburn parece más preocupado por asuntos más mundanos.
Su testamento tiene una carta de acompañamiento en la que se explica que dejó toda su ropa y su bicicleta a su madre, a la que cita como Sra. Moralee.
La carta, escrita en papel con membrete, indica la dirección de un taller de reparación de bicicletas en Lichfield, Staffordshire –junto con estrictas instrucciones.
Se lee: "Es una máquina muy buena y vale mucho dinero y he pagado por su reparación; si hay algo extra que pagar, hazlo".
El soldado Ditchburn recibió un disparo en el abdomen mientras luchaba contra tropas alemanas en la Infantería Ligera de Durham en Armentieres, en la frontera franco-belga, el 13 de octubre de 1914.
Falleció en un hospital a causa de sus heridas.
El historiador Jon Cooksey dice que el testamento refleja que el soldado era un "personaje colorido".
"Su informe médico muestra que tenía tatuajes por los brazos y su cuerpo", añade.
"Tuvo varias advertencias y reprimendas a lo largo de su carrera; entre otras cosas, por haberle dicho una falsedad a un sargento, y por hablar de manera inadecuada a un oficial de alto rango.
"Siempre tenemos la imagen de los soldados como miembros ejemplares de la sociedad, pero algunos de ellos podían ser también travieso".

Albert Victor Butler

29 años, Batallón 17 del regimiento de Middlesex

Albert Victor Butler
El cabo Albert Victor (Ben) Butler era un jugador de fútbol profesional de los equipos Reading y Queens Park Rangers.
El Batallón 17 del regimiento de Middlesex, en el que sirvió, también se conocía como el Primer Batallón de los Futbolistas.
Pero incluso si hubiera sobrevivido a la guerra, el soldado nunca hubiera podido volver a jugar al fútbol de forma profesional; su pierna derecha fue segada durante un bombardeo en las trincheras de Cite Calonne el 3 de mayo de 1916.
Murió por las heridas en un hospital militar 10 días después.
Jon Cooksey dice que sus últimos días están documentados en un informe escrito por el capellán militar, Reverendo Samuel Green.
"El escrito es emotivo y finaliza con las palabras: 'Ha jugado. No dudo que ha ganado. Un colega estupendo, descanse en paz'".
Trincheras
Las cartas acercan a los familiares con sus seres perdidos en la guerra.
En su testamento le deja "todas mis propiedades y bienes" a su esposa Kate Butler.
Cooksey asegura que los testamentos eran documentos esenciales para que los descendientes se hagan una idea de lo que era la vida en aquel entonces.
"Los testamentos nos dan piezas reales de información que rellenan los huecos que hay en el historial de servicio de un hombre, porque no se trata sólo del aspecto militar, sino de su rol en la sociedad y el entorno del que procedían.
"Estos hombres estaban dejando atrás sus familias, eran parte del tejido de su comunidad.
"Sus muertes fueron sentidas por comunidades enteras, no sólo por sus seres queridos, y en este caso, por los seguidores de un club de fútbol".

John Henry Fleetwood

32 años, regimiento de York y Lancaster (6º Batallón)

John Henry Fleetwood
El soldado John Fleetwood era el abuelo del músico Mick Fleetwood, el fundador de la banda de rock británica Fleetwood Mac.
Fabricante de calderas, se enroló en el regimiento de York y Lancaster (6º Batallón).
El soldado Fleetwood sirvió en Galípoli, Turquía, pero fue retirado enfermo con una grave disentería y trasladado a un hospital en Pieta, Malta, donde murió el 30 de diciembre de 1915. Está enterrado en la isla.
Jon Cooksey dice: "Es sorprendente que un nombre grande y famoso esté ligado a otras 250.000 familias en esta colección a través de un hombre que cumplió con su deber y murió por el Imperio".
Y cree que el hecho de que los documentos fueran escritos a mano lo hace más emotivo.
"Si se observa la escritura a mano, está hecha en un estilo de letra bonito, y hay que recordar que era el primer ejército real que Reino Unido formó con tropas alfabetizadas y educadas", subraya.
"El hecho de que los documentos aparezcan en la propia escritura de los hombres le ofrece a sus familiares un lazo tangible con ellos y lo que sentían en ese momento".
John Apthorpe, de la empresa Iron Mountain, dice: "El archivo no es sólo una valiosa fuente de información para historiadores; le da al público en general, aquí y en el exterior, la oportunidad de acercarse a sus ancestros perdidos.
"Hasta ahora hemos encontrado los testamentos de hombres condecorados con la Cruz Victoria, antiguos futbolistas y parientes de famosos, y esto es sólo una fracción de las historias que tenemos por descubrir".

miércoles, 14 de agosto de 2013

El cazador de tesoros cinematográficos

El cazador de tesoros cinematográficos

Es inusual que alguien encuentre un tesoro del cine mundial que por ocho décadas se consideraba perdido. Pero que la misma persona poco tiempo después desentierre una segunda joya cinematográfica no tiene precedentes.
Es lo que logró el historiador, coleccionista y conservador de cine argentino Fernando Peña, quien en 2008 cobró notoriedad luego de haber hallado la versión original del clásico del cine mudo "Metrópolis" -que se creía destruida- en los archivos del Museo del Cine de Buenos Aires.
Ahora, el experto volvió a ser noticia luego de revelar que descubrió una versión desconocida de un film de uno de los más famosos comediantes de todos los tiempos, Buster Keaton.
Peña halló una versión inédita de "El herrero", una comedia de 1922 dirigida y protagonizada por Keaton, considerado junto con Charlie Chaplin y Harold Lloyd como uno de los grandes íconos cómicos del séptimo arte.
La versión desconocida de "El herrero" de Buster Keaton (gentileza Fernando Peña)
Fernando Peña (der) y Fabio Manes, responsables del histórico hallazgo. (Foto: Fernando Peña)
El historiador reveló a BBC Mundo que a diferencia de lo que ocurrió con "Metrópolis" –film que rastreó por años- este hallazgo fue casual.
"Estaba revisando una copia de 'El herrero', en 9,5 milímetros, que un amigo y coleccionista compró por eBay a un vendedor francés hace cinco años, y me di cuenta de que era muy distinta a la versión que hasta ahora se conocía de este film", explicó a BBC Mundo.
Peña descubrió unos seis minutos de material totalmente inéditos, un hallazgo que los medios especializados resaltaron como algo histórico.
"Si 'Metrópolis' fue el Santo Grial de Peña, 'El herrero' es su Santo Sudario", definió el periodista Scott Foundas en la revista Variety, ilustrando la importancia del descubrimiento de este cazador de tesoros cinematográficos.

¿Versión original?

Algunos expertos en cine mudo creen que el film que identificó Peña podría ser la copia de "El herrero" que se distribuyó en Europa, ya que era normal que se editaran dos versiones diferentes para el mercado de Estados Unidos y el extranjero.
Sin embargo, es inusual que hubiera tantos cambios: un tercio de la película que descubrió Peña es distinta de la versión estadounidense, que fue hallada en la propia casa de Keaton tras su muerte.
Peña tiene otra teoría: cree que la cinta francesa podría en realidad ser la película completa, como se vio en los cines, y la copia que se conoció hasta ahora sólo una versión previa a la que luego se agregaron nuevas escenas.
La versión desconocida de "El herrero" de Buster Keaton (gentileza Fernando Peña)
Peña cree que esta copia de "El herrero" podría ser la versión original que se vio en los cines.
"Es imposible saberlo", lamentó.
No obstante, los amantes del séptimo arte y seguidores de este historiador, que todas las semanas presenta un programa sobre cine clásico en la televisión pública de Argentina, celebraron el descubrimiento a través de su página en la red social Facebook.
"¡Qué sigan los hallazgos!", festejó Rocío Fernández Collazo, una de las más de 4.500 personas que siguen el trabajo de Peña y de su colega y co-presentador Fabio Manes, el coleccionista que compró en 2008 la versión francesa de "El herrero".
"Gracias muchachos por este trabajo silencioso en la actualidad, pero que deja huellas en la historia", agregó por su parte Leonardo Álvarez, al enterarse de que el hallazgo podría llevar a que se restaure esta nueva copia del film de Keaton.

Talento individual

Pero ¿cómo llegó este argentino a convertirse en uno de los más prolíficos cazadores de tesoros cinematográficos de los últimos tiempos?
Según Paula Félix-Didier, directora del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken de Buenos Aires, hallazgos como estos son consecuencia de la perseverancia de individuos como Peña que dedican su vida a buscar películas.
No obstante, la experta dijo a BBC Mundo que este tipo de coleccionista apasionado "no salió de un repollo".
Metrópolis
En 2008, tras una larga investigación, Peña halló la copia original de "Metrópolis", que se creía perdida.
"En Argentina hay una cultura fílmica muy importante y en el pasado hemos tenido grandes coleccionistas que nos heredaron su espíritu de búsqueda e investigación", afirmó.
La cineasta estadounidense Lynn Sachs coincidió en destacar la riqueza cultural del circuito cinematográfico argentino. Sachs, profesora de cine de la Universidad de Nueva York, se convirtió en una gran amante del mundo del cine argentino tras varias visitas al país.
"Los argentinos rinden culto al cine, aquí el cine no es una experiencia efímera como en Estados Unidos. Para el amante del cine poseer un pedazo de cinta cinematográfica es importante, lo atesoran", observó.
Sin embargo, Peña resaltó que esta pasión cultural no es acompañada desde el Estado: "En Argentina no hay mucho interés institucional por conservar el cine. De hecho, el país no tiene un archivo nacional fílmico", lamentó.

Preservar

Para Sachs, los hallazgos de Peña son un buen incentivo para que las autoridades den mayor prioridad a conservar el acervo fílmico del país.
En ese sentido, tildó de importante la decisión del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires de mudar el Museo del Cine, que actualmente está en un sitio temporario, a una nueva sede en el barrio porteño de La Boca.
La directora de dicho museo le dijo a BBC Mundo que el nuevo edificio tendrá bóvedas climatizadas donde podrá conservarse el enorme archivo de filmes, entre los que Peña halló en 2008 la versión original de "Metrópolis", tras una exhaustiva investigación.
Además, el museo firmó un acuerdo con la Universidad de Nueva York para que estudiantes de preservación fílmica trabajen en el archivo.
"¡Quién sabe qué encontrarán!", se ilusionó Sachs.

martes, 6 de agosto de 2013

El increíble naufragio entre tiburones de la Segunda Guerra Mundial

El increíble naufragio entre tiburones de la Segunda Guerra Mundial

Sobrevivientes llegan a Guam
Tras días en medio del océano, los sobrevivientes llegaron a Guam.
A finales de julio de 1945, el USS Indianapolis estaba en una misión supersecreta especial: llevar partes de la primera bomba atómica al atolón de Tinian en el Océano Pacífico, donde estaba la base de los bombarderos B-29 estadounidenses.
Habiendo cumplido con su cometido, el buque de guerra, con 1.197 hombres a bordo, navegaba con dirección oeste hacia el Golfo de Leyte, en las Filipinas, cuando fue atacado.
El primer torpedo impactó, sin advertencia, poco después de la medianoche del 30 de julio.
Loel Dean Cox, un marinero de 19 años de edad, estaba de turno en el puente de mando. Hoy, a sus 87 años, en conversación con la BBC, recuerda el momento.
"¡Buuum! Salí volando por los aires. Había agua, escombros, fuego, todo subía y estabamos a 25 metros sobre el agua. Fue una explosión tremenda. Y luego, cuando me pude arrodillar, otro estallido. ¡Buuum!".
Loel Dean Cox
Cox estaba de turno cuando el submarino japonés atacó.
El segundo torpedo que disparó el submarino japonés que había percibido la embarcación enemiga y había esperado hasta tenerla cerca para no fallar, casi partió al crucero en dos.
Con incendios consumiéndolo todo bajo la cubierta, el enorme barco empezó a inclinarse hacia un lado.
Llegó la orden de abandonar el buque. Cox trepó hasta el lado más alto y trató de saltar al agua. Se golpeó contra el casco y rebotó antes de caer en el océano.
"Miré para atrás. El barco estaba hundiéndose en picada. Había hombres brincando desde la popa mientras las hélices seguían rotando".
"Doce minutos. ¿Se puede imaginar un barco de 186 metros de largo, que es el tamaño de un campo de fútbol, hundiéndose en 12 minutos? Sencillamente se volcó y naufragó".

"Escuché gemidos y gritos"

USS Indianapolis en 1945
El Indianapolis había roto un récord de velocidad para llevar su mortífera carga.
El Indianapolis no tenía sónar para detectar submarinos. El capitán, Charles McVay, solicitó una escolta pero se la negaron. La Armada de EE.UU. tampoco le pasó información sobre el hecho de que había submarinos japoneses activos en el área. El Indianapolis estaba completamente solo en el Océano Pacífico cuando naufragó.
"Nunca vi una lancha salvavidas. Finalmente escuché unos gemidos y gritos, nadé en esa dirección y me uní a un grupo de 30 hombres, con los que me quedé", recuerda Cox.
"Pensamos que era cuestión de esperar un par de días mientras nos recogían", le cuenta el marinero a la BBC.
Pero nadie estaba en camino a rescatarlos.
A pesar de que el Indianapolis envió varias señales de auxilio antes de hundirse, por alguna razón la Fuerza Naval no tomó en serio esos mensajes.
Y cuando el barco no llegó a puerto a tiempo, nadie se dio por enterado tampoco.
Unos 900 hombres, sobrevivientes del ataque con torpedos, quedaron a la deriva en grupos en medio del vasto Océano Pacífico.
Y, bajo las olas, otro peligro acechaba.

"Uno sentía miedo constantemente"

Atraídos por la matanza del naufragio, cientos de tiburones venían en dirección a los sobrevivientes desde los alrededores.
Tiburones
Se comieron a los muertos y luego empezaron a comerse a los vivos.
"Nos hundimos a la medianoche y vi uno por la mañana cuando salió el sol. Eran grandes. Le juro que algunos tenían 4,5 metros de largo", asegura Cox.
"Estaban continuamente ahí, la mayor parte del tiempo comiéndose los cuerpos de los muertos. Gracias a Dios había mucha gente muerta flotando en el área".
Pero pronto empezaron a atacar a los vivos.
"Perdíamos tres o cuatro compañeros cada noche y día", le dice Cox a la BBC. "Uno sentía miedo constantemente pues los veía todo el tiempo. A cada rato uno veía sus aletas... una docena, dos decenas en el agua".
"Venían y se tropezaban con uno. A mí me golpearon varias veces: uno nunca sabía cuando iban a atacar".
Algunos de los marineros golpeaban el agua, pateaban y gritaban cuando los tiburones atacaban. La mayoría de los marineros decidieron mantenerse unidos, en grupo, pues consideraban que esa era la mejor defensa. Pero con cada ataque, las nubes de sangre en el agua, los gritos y el chapoteo, hacían que vinieran más tiburones.
"En esa agua clara, uno podía ver a los tiburones merodeando. Y de tanto en tanto, como un rayo, uno nadaba derecho para arriba, cogía a un marinero y se lo llevaba. Uno vino y se llevó al marinero que estaba a mi lado".
Los tiburones, sin embargo, no eran los peores asesinos.

"Su salvavidas estaba flotando sin él"

Bajo el sol abrasador, día tras día, sin comida ni bebida por días, los hombres se estaban muriendo de exposición o deshidratación. Con sus salvavidas empapados, muchos terminaron exhaustos por tratar de mantenerse a flote y se ahogaron.
"A duras penas podía uno mantener la cara afuera del agua. El salvavidas tenía ampollas en mis hombros, ampollas encima de mis ampollas. Hacía tanto calor que rezábamos para que oscureciera, y cuando oscurecía, rezábamos por que amaneciera pues hacía tanto frío que nuestros dientes castañeteaban", relata Cox.
Luchando por seguir vivos, desesperados por agua dulce, aterrorizados por los tiburones, algunos de los sobrevivientes empezaron a desvariar. Muchos alucinaban, se imaginaban islas secretas en el horizonte o que estaban en contacto con submarinos amigos que estaban en camino para rescatarlos.
Cox se acuerda de un marinero que estaba convencido de que el Indianapolis no había naufragado, sino que estaba ahí, flotando cerca de la superficie.
"El agua dulce se guardaba en la segunda cubierta de nuestro barco", le explica a la BBC. "Un amigo alucinaba que podía ir al barco y tomar algo de agua. De repente, su salvavidas estaba flotando sin él. Y luego él emergió y nos contó cuán buena y fría estaba el agua, que debíamos ir a tomarla".
Estaba tomando agua salada, por supuesto. Murió poco después.

"Fue el momento más feliz de mi vida"

Sobrevivientes en Guam
El capitán fue uno de los rescatados. Después lo culparon y finalmente se suicidó.
Con el paso de los días y las noches, más hombres iban muriendo.
De repente, por casualidad, en el cuarto día, una aeronave de la marina pasó y vio a algunos marineros en el agua. Para entonces eran menos de 10 en el grupo de Cox.
Inicialmente pensaron que no los habían visto. Pero luego, poco antes del atardecer, un hidroavión grande apareció súbitamente, cambió de dirección y voló sobre el grupo.
"Uno de los hombres nos saludaba desde el avión. Fue entonces que se nos salieron las lágrimas, se nos erizó la piel y supimos que estábamos salvados, que nos habían encontrado, al menos. Fue el momento más feliz de mi vida".
Barcos de la Armada se apresuraron a llegar al lugar y empezaron a buscar a los grupos de marineros dispersos en el océano. Durante ese tiempo, Cox sencillamente esperaba, asustado, en estado de shock, inconsciente a ratos.
"Oscureció y una fuerte luz bajó del cielo, desde una nube: pensé que los ángeles estaban viniendo. Pero era el buque de rescate que dirigió su reflector hacia arriba para darle esperanza a los marineros y avisarles que los estaban buscando".
"En algún momento de la noche, me acuerdo de que unos brazos fuertes me subieron a un bote. Saber que te salvaste es la mejor sensación que se puede tener", asegura.

A quién culpar

Loel Dean Cox
Fue una odisea imposible de olvidar: para Cox, la ansiedad es parte del legado.
De una tripulación de casi 1.200 sobrevivieron sólo 317.
En busca de un chivo expiatorio, la Fuerza Naval de Estados Unidos responsabilizó por el desastre al capitán McVay, quien estaba entre los pocos que lograron sobrevivir. Durante años recibió cartas llenas de odio y, en 1968, se suicidó.
La tripulación sobreviviente, incluyendo a Cox, hizo campaña por décadas para que exoneraran al capitán. Lo lograron 50 años después del naufragio.
Cox pasó semanas en el hospital tras el rescate.
Se le cayó el cabello y las uñas. Estaba, según dice, "encurtido" por el sol y el agua salada.
Aún lleva las cicatrices.
"Todas las noches sueño, quizás no esté en el agua pero estoy buscando a mis compañeros frenéticamente. Es parte del legado. Sufro de ansiedad todos los días, particularmente en las noches, pero vivo con ello, duermo con ello, y me las arreglo".

lunes, 5 de agosto de 2013

Los científicos que se escaparon de los nazis

Los científicos que se escaparon de los nazis

Gustav Born
Gustav Born vive en Londres. A sus 92 años todavía recuerda en detalle la historia de su partida de Alemania.

A la familia de Gustav Born se le sugirió a principios de 1933 que era tiempo de abandonar la Alemania controlada por los nazis.
El consejo provino de Albert Einstein, quien le dijo al padre de Gustav, su amigo físico y matemático Max Born, que "saliera de inmediato" con su familia cuando todavía había posibilidades de viajar.
Hicieron sus maletas y cruzaron la frontera, primero a Italia y luego a Inglaterra, donde llegaron acompañados de los que podrían considerarse los refugiados mejor calificados de la historia.
Gustav Born tenía 11 años en ese momento: vivía en Gottingen, Baja Sajonia. Allí, su padre Max era director de uno de los centros de investigación de física más importantes del mundo.
Los Born eran judíos y cuando Hitler tomó el poder, a Max y a sus colegas de la misma religión se les impidió trabajar en la universidad. En ese momento, este grupo pionero y elitesco de científicos teóricos se convirtieron en solicitantes de asilo.
Gustav Born ahora vive en Londres y pocos días antes de cumplir 92 años, recuerda con una gran lucidez el viaje de los académicos alemanes. Conversar con él es como trasladarse a la Mitteleuropa -el término alemán que hace referencia a Europa Central- de 1930.

La amenaza

Max Born
Max Born obtuvo la nacionalidad británica.
Born es ahora uno de los últimos eslabones de vida de estos refugiados académicos, que lograron ganar 16 premios Nobel. Su padre fue uno de ellos: Max Born recibió el premio por su trabajo en mecánica cuántica.
¿Cree que estos científicos se dieron cuenta de la magnitud de la amenaza de los nazis?
"Sí, creo que mi padre probablemente lo hizo. Entre sus colegas judíos, algunos se percataron, pero otros no lo tomaron en serio por un tiempo. La escala de lo que hacían los nazis se volvió evidente entre los primeros tres y seis meses".
Born recuerda que el antisemitismo se sentía incluso entre los niños y a algunos no les permitían jugar con él.
También hubo ejemplos positivos de la naturaleza humana, como aquellos académicos que permanecieron junto a sus colegas judíos. El ganador del premio Nobel Max von Laue, por ejemplo, demostró un gran apoyo, dice Born.
El físico Max Planck, por su parte, fue a ver a Hitler en persona para impugnar la exclusión de los científicos judíos, pero al líder nazi "le salió espuma por la boca y no lo dejó hablar más".
Aún así era difícil abandonar Alemania. Max Born tuvo que dejar de gestionar un instituto y su esposa tenía el corazón destrozado ante la posibilidad de emigrar.
"Ellos odiaban tener que huir de una manera tan cruda y peligrosa".

El valor de la libertad individual

Cuando los Born abandonaron Alemania, no tenían la ilusión de que se tratara de una salida temporal. La "nazificación" avanzaba rápidamente y ya había asesinatos políticos.
"Mis padres estaban bastante seguros de que se trataba de un viaje sin regreso".
Mientras los Born observaban las esvásticas que comenzaban a aparecer en Gottingen, el personal universitario en Reino Unido ya planificaba una respuesta humanitaria.
El economista William Beveridge había establecido el Consejo de Asistencia Académica, con el objetivo de rescatar a académicos judíos, así como también a todos aquellos que fueran políticamente vulnerables.
Esta organización ayudaría a 1.500 académicos a escapar de Alemania para continuar su trabajo de investigación en un ambiente seguro en Reino Unido.
La propuesta fue respaldada rápidamente por académicos como el biólogo J.B.S. Haldane, el economista John Maynard Keynes, el físico y químico Ernest Rutherford, el historiador G.M. Trevelyan y el poeta A.E. Housman.
Albert Einstein también apoyó este comité de escape con un discurso en el Albert Hall de Londres, en octubre de 1933.
Albert Einstein
Einstein también apoyó al comité de escape con un discurso en el Albert Hall 

de Londres, en octubre de 1933
El científico propuso defender los valores liberales occidentales de "tolerancia y justicia" e ir en contra de las "tentaciones del odio y la opresión", en un momento en el que se profundizaba el extremismo y la agitación económica y política.
Einstein dijo a la audiencia: "Cada avance del conocimiento y la invención se lo debemos a la libertad individual, una libertad sin la cual no vale la pena vivir".

La operación de rescate

El ayuntamiento puso en marcha su "operación de rescate" y organizó el viaje de los académicos a Reino Unido. Los apoyaron con becas, alojamiento y, lo más importante, ofreciéndoles trabajo.
Se trataba de un grupo muy talentoso que fue dejado de lado por los nazis. Además de los premios Nobel, 18 académicos del grupo obtuvieron títulos de caballeros años después y más de 100 se convirtieron en becarios de la Real Sociedad de Londres y la Academia Británica.

Generación especial

Ganadores del premio Nobel: profesor H.A. Bethe, prof. M. Born, Sir Ernst Chain, prof. M. Delbruck, prof. D. Gabor, doctor G. Herzberg, prof. J. Heyrovsky, Sir Bernard Katz, Sir Hans Krebs, doctor F. Lipmann, prof. O. Loewi, prof. S. Luria, prof. S. Ochoa, doctor M. Perutz, prof. J. Polanyi, prof. E. Segre.
Caballeros: Sir Walter Bodmer, Sir John Burgh, Sir Ernst Chain, Sir Hermann Bondi, Sir Geoffrey Elton, Sir Ernest Gombrich, Sir Ludwig Guttman, Sir Peter Hirsch, Sir Otto Kahn-Freund, Sir Bernard Katz, Sir Hans Kornberg, Sir Hans Krebs, Sir Claus Moser, Sir Rudolf Peierls, Sir Nikolaus Pevsner, Sir Karl Popper, Sir Francis Simon.
De acuerdo a la Asociación de Refugiados Judíos hubo alrededor de 70.000 refugiados de esa religión que llegaron a Reino Unido antes de que estallara la guerra en 1939.
Max Born y su familia fueron primero a Cambridge y luego a la Universidad de Edimburgo. Pagó los costos escribiendo un libro de texto de ciencia que se convirtió en un estándar educativo en las escuelas.
Hubo otros que se trasladaron a Estados Unidos. El matemático Richard Courant, por ejemplo, se fue a Nueva York. Allí, uno de los centros más importantes de matemáticas aplicadas del mundo -el Instituto Courant de Ciencias Matemáticas- lleva su nombre.
Perder esas potencias intelectuales fue una herida autoinfligida por la guerra nazi.
Los refugiados alemanes jugaron un papel clave en asegurar que, en lo referente a las armas atómicas, Estados Unidos estuviera a la vanguardia.
A pesar de que Max Born se negó a trabajar en la investigación de armas atómicas por razones morales, Robert Oppenheimer, el "padre de la bomba atómica" nacido en Estados Unidos, fue alumno de Born durante el doctorado que realizó en Gottingen.
En un momento, hubo señales que los nazis se habían dado cuenta de su error.
En 1934, Max Born y su familia recibieron la visita de Werner Heisenberg en Cambridge, otro ganador del premio Nobel y antiguo colega que había seguido trabajando en Gottingen.
Heisenberg trajo un mensaje del gobierno nazi, que invitaba a Max Born a que volviera a Alemania para continuar con su trabajo científico. La invitación dejó a Born "molesto y fuera de sí", recuerda su hijo.

El regreso

Eventualmente Max Born y su esposa volvieron a Alemania, cuando la guerra ya había terminado y él se había retirado. Allí murió en 1970 y fue enterrado en el mismo cementerio de Gottingen que los físicos Max Planck y Max von Laue.
Gustav Born, que se convirtió en un profesor de farmacología en el Kings College de Londres, asegura que sus padres se habían comprometido a tratar de reconstruir Alemania de una forma que impidiera el retorno del extremismo político.
¿Qué lecciones se deben aprender de todo esto?
Gustav Born sigue siendo un firme partidario de la campaña que se realizó para rescatar a los académicos, que ahora celebra su 80 aniversario.
De allí nació el Consejo de Asistencia a Refugiados Académicos (CARA, por sus siglas en inglés) y su presidenta actual, Anne Lonsdale, dice que después de 80 años a la organización "le encantaría estar sin trabajo", pero los problemas en Zimbabwe, Irán, Irak y Siria han provocado que los académicos sigan necesitando ayuda en esos lugares, donde "la sociedad civil ya no funciona".
Hay una "necesidad urgente de que los estudiosos de todo Medio Oriente puedan exiliarse en un lugar seguro", aseguró.
Las historias de los refugiados de los nazis, con fotos de caras con arrugas que parecen mapas ferroviarios antiguos de Europa, parecen salidas de un mundo perdido.
Refugiados
Refugiados sirios en Jornania.
Sin embargo, Gustav Born cree que el trabajo de CARA demuestra que esos asuntos siguen siendo relevantes, ahora más que nunca. Según él, la labor también recuerda que no se deben hacer juicios apresurados sobre los refugiados y lo que podrían ser capaces de lograr.
Sus descripciones de ese mundo académico de la década de 1930 dejan entrever una sociedad altamente culta. Su padre, recordado por su investigación científica, tocaba a Bach en el piano todos los días. Eran internacionalistas cuyas ideas e investigaciones superaron las fronteras nacionales y políticas.
Pero no pudieron hacerle frente a los nazis. Y, según Gustav Born, la gente a menudo pasa por alto que Alemania todavía era un país joven en la década de los 30, que tenía poco más de 60 años de unificado y que no había construido instituciones capaces de resistir sus propias tendencias "militaristas y nacionalistas".
Él está consciente de que es una de las pocas personas vivas que pueden hablar, de primera mano, sobre ese legado.
"La tristeza casi acaba conmigo. No quiero que se olviden estas cosas: la supresión de un país llevada a cabo por una banda de ladrones asesinos, que victimizó a personas de buena naturaleza y buena intención, y que ello podría volver a ocurrir".