viernes, 31 de enero de 2014

(FOTOS) Chucatamani, el pueblo que se mudó para seguir siendo peruano

Chucatamani, el pueblo que se mudó para seguir siendo peruano

Fue ocupado por Chile en 1885 tras la Guerra del Pacífico. Sus habitantes crearon una nueva aldea para no ser sometidos


VANESSA ROMO
El Comercio


Severino Castro tiene la mirada congelada en los recuerdos de su infancia. Él nació en 1917, cuando su Chucatamani, en la provincia tacneña de Tarata, era un pueblo ocupado por Chile. Desde pequeño entendió que las peras gordas y los membrillos jugosos que nacían de los árboles no eran los símbolos de su pueblo, sino el heroísmo. Todas las familias de Chucatamani, junto a la suya, escaparon en 1885 de la invasión chilena, cruzaron el río Sama hacia territorio controlado por el Perú.


Luego de la Guerra del Pacífico, el tratado de Ancón en 1883 determinó que el límite entre el Perú y Chile sería el río Sama. Dos años después, el país sureño consideró que eso incluía a Tarata, y Chucatamani dejó de ser peruana.


“Mi padre Domingo era el gobernador del pueblo era muy alto mi padre. Él mató a un chileno porque pasó al lado peruano, él quería defendernos”, dice don Severino con unos 95 años que no parece tener. Aunque ha perdido un poco la capacidad de oír, su memoria está intacta. Su nieto Jorge es el interlocutor de sus recuerdos.

–“Abuelo, ¿qué más pasaba?”.


–“Todos teníamos que escapar en la noche hacia la cima del cerro, hijo. No podíamos dormir donde nuestros padres habían construido porque los chilenos cruzaban el río y mataban a los peruanos y lo apuntaban en su libreta”.


Don Severino recuerda un par de Fiestas Patrias que vivió en el pueblo refugiado. “Paseábamos con la bandera, pero los chilenos disparaban al aire para que nosotros no celebráramos”, dice. El 1 de setiembre de 1925, cuando Tarata y Chucatamani fueron devueltos a los peruanos, el anciano recuerda llantos de alegría. “Pero ya nadie celebra ese día”, cuenta.


RECUERDOS DE RESISTENCIA

Pronto será día de fiesta en Chucatamani. Las banderas blanquirrojas de papel maché bailan con libertad en medio de sus calles, cruzan la plaza principal, alguna incluso llega volando al río Sama, que está a los pies del pueblo.


Adela Serrano ha llegado desde Tacna a celebrar con su pueblo el aniversario de su creación política. En medio de la visita, es una tradición ir también la casa que sus padres construyeron cuando durante 40 años Chucatamani no era peruana.

Luego de cruzar el río, hay que subir una cuesta empinada rodeada de frutas colgando al sol. La casa de su familia está al inicio de lo que era el pueblo de la resistencia y es la mejor cuidada. Aún conserva el techo de madera que le daba sombra a Adela cuando de niña observaba desde ahí a Chucatamani. Ahora también lo hace mientras recuerda las historias que su padre Nicolás le contaba.

“Una tía mía murió luego de ser violada por los chilenos”, dice Adela, aunque sin resentimientos. “Mi padre murió hace 4 años y siempre hablaba de lo que tuvieron que sufrir para seguir siendo peruanos”, cuenta. “Cuarenta años mirando desde lejos a Chucatamani sin poder cruzar y vivir en ella. Mi padre sabía en el fondo que algún día regresaría”, dice Adela.

Pero no todos están felices de ese heroísmo. Anselmo Castro es uno de los que piensan que la historia triste que vivió el pueblo ha sido burlada por gobierno tras gobierno. “Yo quisiera irme a Chile. Ahí tratan mejor a los ciudadanos. Aquí le hemos dado de todo a un gobernante que nos ha olvidado. ¿De qué sirvió tanto dolor?”, se queja.

Mientras tanto, sigue el día de fiesta. En medio de la entonación del himno a Tacna, aparece don Severino. Va caminando despacio por la plaza. Mira a los vecinos, mira a las banderas. Han pasado tantos años, incluso su esposa se nacionalizó chilena para recibir una pensión, pero él sigue aquí. La mirada de don Severino no está perdida, sino enamorada.

miércoles, 29 de enero de 2014

Lo que la Primera Guerra Mundial hizo por la cirugía plástica

Lo que la Primera Guerra Mundial hizo por la cirugía plástica

Harold Gillies
Harold Gillies estuvo encargado de reparar los rostros desfigurados de los soldados heridos.
La mayor causa de muerte en el campo de batalla durante la Primera Guerra Mundial era el impacto de las innumerables esquirlas metálicas que despedían las bombas al explotar. Éstas también causaban las peores heridas faciales.
A diferencia de una herida "limpia" producida por un balazo, las esquirlas de metal retorcido, también conocidas como metralla, podían arrancarle la cara a un soldado.
Para colmo de males, por su forma irregular, las esquirlas frecuentemente incrustaban trozos de vestidura y suciedad en las heridas. El desarrollo de los cuidados médicos significó que más soldados heridos podían mantenerse con vida pero la atención urgente de sus devastadoras lesiones presentó un nuevo desafío.
Harold Gillies fue el hombre encargado por el ejército británico para reparar los rostros desfigurados.
Nacido en Nueva Zelanda, estudió medicina en la Universidad de Cambridge antes de vincularse al Cuerpo Médico del Ejército Británico al inicio de la guerra.
Gillies quedó impactado con las heridas que vio en el campo de batalla y pidió que el ejército le proveyera su propia unidad de cirugía plástica.
Poco después se instaló en un hospital especializado en la localidad de Sidcup, en el este de Londres, donde empezó atendiendo a 2.000 pacientes de la sangrienta batalla de Somme. En este lugar, Gillies obtuvo algunos de sus mejores resultados.

Millones de heridos

La batalla de Somme
La guerra en las tricheras dejó millones de heridos.
La reconstrucción facial en esa época no gozaba de prestigio, pero se convirtió en parte integral del proceso de recuperación en la posguerra.
No obstante, esto sucedió antes del descubrimiento de los antibióticos, y someterse a una operación reconstructiva podía resultar tan riesgosa como enfrentar las bombas en las trincheras.
Un millón de soldados británicos murieron en la Primera Guerra Mundial y el doble de estos regresaron con heridas que dejaron a muchos desfigurados de por vida.
Las trincheras protegían los cuerpos de los soldados pero sus cabezas quedaban expuestas al fuego enemigo cuando se asomaban para ver el campo de combate.
Al comienzo de la guerra se le prestó poca atención al trauma de las heridas faciales. El poder regresar con vida era considerada una recompensa suficiente.
La llegada de la cirugía plástica cambio esa percepción.

Vea cómo Gillies reconstruyó con éxito la cara de un soldado herido

Un pionero en el campo

La reconstrucción facial todavía era muy primitiva y la experimentación fue parte fundamental del proceso de Gillies.
Más que un inventor, acumulaba ideas de diferentes fuentes y combinaba métodos que encontraba en libros.
Uno de sus más grandes éxitos fue la reconstrucción del rostro del teniente William Spreckley, que había perdido la nariz en una explosión.
El cirujano encontró en un libro una técnica india conocida como "colgajo frontal" que adoptó para reconstruir la nariz.
Tomó cartílago de una de las costillas de Spreckley y lo implantó en su frente. Ahí se quedó durante seis meses antes de que pudiera ser doblado sobre el rostro -mientras continuaba recibiendo suministro de sangre- para construir la nariz.
Una vez implantado, formado y sanado el cartílago en su lugar, cortó el exceso de piel y tejido dejando al paciente con una nueva nariz.
De principio a fin, el proceso duró más de tres años. Spreckley, a los 60 años, casi no tenía rastros de la compleja cirugía a la que había sido sometido.

Lecciones de las tragedias

Hospital
El hospital en Sidcup fue el primero de su tipo en el mundo.
Pero no todos los resultados fueron felices.
Los pacientes que llegaban al hospital de Sidcup tenían heridas jamás vistas por Gillies, pero él estaba determinado a empujar los límites de su experimentación para tratarlos, no sólo para recuperar la función de la cara sino para mejorar la estética.
Sin embargo, Gillies estaba realizando sus cirugías antes del descubrimiento de antibióticos y el riesgo de infección era muy alto.
Un piloto llamado Henry Lumley fue internado con quemaduras horribles en el rostro. Para la reconstrucción, Gillies intentó crear un colgajo en forma de cara en el pecho del paciente.
El masivo injerto se infectó rápidamente y el organismo de Lumley fue incapaz de resistir el trauma de la operación, muriendo de un infarto.
La lección que Gillies aprendió de la tragedia fue que la cirugía plástica debía realizarse en pequeñas etapas, en lugar de una gran operación. Esa técnica todavía informa la disciplina hoy en día.

Las bases de la cirugía moderna

La solución de Gillies fue tomar un colgajo o pedazo de carne viva sujetado en un extremo y envolverlo en forma de tubo antes de coserlo a otra parte del cuerpo donde se necesita el injerto.
El tejido viviente quedaba protegido por una capa externa de piel que era impermeable y resistente a la infección.
Los tubos podían quedar en esa posición durante semanas mientras se establecía la irrigación sanguínea en el otro extremo del tejido. Cuando eso sucedía, la conexión original se cortaba y el pedazo de tejido se podía manipular sobre el lugar deseado.
Este sistema le permitió a Gillies mover un pedazo de tejido de un lugar a otro con poco riesgo de infección.
El doctor Damián Wengrowicz, cirujano plástico egresado de la Universidad de Buenos Aires, Argentina, dijo a BBC Mundo que lo estableció Gillies, sirvió de base para lo que se hace en el campo de la resconstrucción.
"Todo lo que es reconstrucción se hace con colgajos, pero las técnicas se han ido modificando y perfeccionando", expresó el doctor Wengrowicz.
"Hoy en día los colgajos son libres y se injertan con microcirugía y no hay necesidad de que estén sujetados a otras partes del cuerpo".
Los instrumentos sofisticados del siglo XXI permiten que se acorte el tiempo de la operación, sin embargo, el doctor Wengrowicz recalcó que "todo procedimiento de reconstrucción se hace en varias etapas". Primero, una intervención más "grosera" y luego otras de refinamiento.
En ese sentido, el método de Gillies fue fundamental y su nombre se menciona en todos los importantes textos de cirugía plástica, concluyó Damián Wengrowicz.

Trauma psicológico

A pesar de los logros de Gillies, las desfiguraciones ocasionadas por la guerra continuaban siendo profundas y muchos de los pacientes de Gillies nunca pudieron superar el impacto psicológico de sus heridas.
Algunos ni se atrevían a salir en público sin cubrir sus rostros.
Cerca del hospital había bancos pintados de azul que designaban que allí se podían sentar los hombres con heridas faciales sin sentirse incómodos, aunque también servían para advertir a los residentes locales que la apariencia de aquellos que ocupaban esos bancos podía resultar inquietante.
Ciertos sobrevivientes se reintegraron a la fuerza laboral pero usualmente trabajaban separados en oficinas traseras por su vergüenza de que los vieran.
Muchos otros quedaron completamente retraídos, incapaces de enfrentar a sus esposas, familias o amigos.

martes, 28 de enero de 2014

Pete Seeger: Murio el Patriarca del Folk

Pete Seeger: de música y militancia

El patriarca del folk y referente moral de la izquierda muere a los 94 años

Su figura se inscribe en la estirpe de los Lomax, Guthrie, Dylan y Springsteen



Un gigante y un cabezón. Pete Seeger, que murió ayer a los 94 años en Beacon (estado de Nueva York), fue una presencia colosal a lo largo de buena parte del siglo XX. Paradigma de aquellos hijos de las clases favorecidas que rompieron las convenciones sociales para implicarse en las luchas políticas, flirteó con el Partido Comunista y —lo esencial— se mantuvo fiel a sus directrices contra viento y marea, incluso en momentos tan desconcertantes como el pacto de la URSS con el Tercer Reich. Pertenecía al núcleo duro de aquellos creyentes que tardaron años en extraer las mínimas enseñanzas de las revelaciones de 1956, cuando Kruschev destapó las monstruosidades de Stalin.

Educado en una familia musical, durante los años treinta Seeger seguía las instrucciones de la Comintern, que decretó que los compositores comprometidos —siguiendo el modelo del alemán Hanns Eisler— debían confeccionar el repertorio que el pueblo cantaría en huelgas, manifestaciones, barricadas y, eventualmente, la revolución. Hasta que John Dos Passos y otros intelectuales viajeros conocieron a Molly Jackson, alías Tía Molly, la esposa de un minero que interpretaba su propio cancionero de testimonio y resistencia. La lección resultó contundente: urgía cambiar el sentido del flujo; las canciones debían fluir desde la base —el pueblo— a lo alto de la pirámide, donde estaban los profesionales comprometidos, capaces de reproducir el modelo popular.


Como un auténtico Zelig, Seeger parecía estar en el lugar adecuado en el momento exacto. Su entusiasmo contagió al folclorista Alan Lomax, redirigió las energías del prolífico Woody Guthrie hacia la agitación y la propaganda. Estableció puentes con la rama británica del movimiento del folk marxista: su hermana Peggy se había casado con Ewan MacColl. Entendió que aquel cancionero —el ancestral y el de confección reciente— debía infiltrarse en el show business. Probó con los Almanac Singers y acertó con The Weavers. Hoy, los arreglos y el aspecto de los Weavers nos parecen inocentes. Pero en la era dorada de la radio, con la televisión expandiéndose, la América conservadora no iba a permitir que un rojo tipo Seeger tuviera tan poderosas plataformas. Para un fanático como J. Edgar Hoover, fundador del FBI, era intolerable que alguien perteneciente a la burguesía sirviera de altavoz para los comunistas. Y empleó todo su catálogo de trucos sucios: informantes, agentes provocadores, reventadores de conciertos, listas negras.

Es bien conocida la odisea de Seeger ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Sabía lo que le esperaba: tenía el precedente de antiguos amigos folkies, como Burl Ives o Josh White, que habían cantado. Pete se mantuvo firme y fue declarado “testigo hostil”. Entre 1955 y 1962 vivió en su carne los rigores de la Guerra Fría. Perdió el contrato de grabación con Decca, se redujeron sus conciertos y los ingresos que necesitaba para pagar abogados. Debía presentarse regularmente ante las autoridades. Se libró por los pelos de la condena a prisión (un año y un día): el Tribunal de Apelaciones le exoneró por una minucia jurídica, simultáneamente declarándole “indigno de simpatía”.

Para entonces, sin embargo, el viento soplaba a su favor. El folk ponía la banda sonora del combate por los derechos civiles de los negros pero también había sido aceptado por la industria del entretenimiento, en su versión light (el Kingston Trio triunfó en 1958 y tuvo infinidad de imitadores) o políticamente cargada, como en el caso de Peter Paul & Mary, que recreaban temas de Seeger sin temor a los vetos. Hootennany, la palabra escocesa que Seeger usaba para denominar las más o menos informales reuniones de folk singers, incluso bautizó un programa de televisión que la cadena ABC emitió en 1963 y 1964.

El famoso incidente de Newport en 1965, cuando Pete reaccionó con violencia apenas contenida ante la electrificación de Bob Dylan, no se ha contextualizado correctamente. El Festival de Newport, inaugurado en 1959, era en parte una creación suya. Sabía a triunfo, a reivindicación: se celebraba en Rhode Island, zona de vacaciones para ricos, en muchos casos gente de ideología liberal que le había abandonado en los tiempos duros. Ahora, Pete tenía acceso a sus retoños.

Para entonces, el Partido Comunista, sus organizaciones encubiertas y sus contrincantes trotskistas estaban prácticamente en la clandestinidad, penetrados hasta el tuétano por espías gubernamentales. De alguna manera, la música folk se había convertido en la voz de la izquierda, su banderín de enganche a escala masiva.

El problema no era la electricidad o los decibelios mal sonorizados. Correctamente, Seeger entendió que Dylan encarnaba un cisma que podía vaciar el nuevo movimiento. Se abandonaba el impulso colectivo para primar la expresión personal. Se escribían letras que —¡intolerable!— reflejaban el uso de drogas. Se evitaban los mensajes didácticos y los nuevos textos resultaban crípticos, polivalentes, hedonistas. Otra batalla que Pete Seeger perdió. El Festival de Newport se fue agostando hasta desaparecer en 1971 (aunque volvería, ya sin vocación comercial, en los ochenta). Pete puso su granito de arena en la lucha contra la guerra del Vietnam, pero su puesto en la vanguardia fue ocupado por otros cantautores, por estridentes grupos de rock.

Seeger apenas hizo autocrítica. Se indignaba, por ejemplo, si se le recordaba que sus queridas Brigadas Internacionales fueron una trampa mortal para muchos idealistas, purgados por implacables comisarios de obediencia soviética. Vino a España, a Argentina, a muchos países donde era la encarnación de la más noble tradición de la América insurgente.

Además de enseñar a tocar el banjo a millones de aficionados a través de su célebre curso, fue pionero en EE UU del combate por la causa ecológica. Residente en las orillas del Hudson, combatió la contaminación. Había aprendido que las luchas dignas de ser luchadas comenzaban, literalmente, en la parte trasera de tu casa.

domingo, 26 de enero de 2014

Cinco grandes mitos sobre la Primera Guerra Mundial

Cinco grandes mitos sobre la Primera Guerra Mundial

Ninguna guerra en la historia atrae más controversia y genera más mitos que la Primera Guerra Mundial.
Mucho de lo que pensamos que sabemos del conflicto que tuvo lugar entre 1914 y 1918 es errado.
Para los soldados que lucharon fue, en algunos aspectos, mejor que enfrentamientos anteriores y, en otros, peor.
Pero resaltarla como excepcionalmente horrible nos deja ciegos no sólo a la realidad de ese conflicto sino también a la de la guerra en general.
También nos puede llevar a aminorar la experiencia de soldados y civiles atrapados en otros innumerables combates de ayer y hoy.

1. Fue la guerra más sangrienta en la historia hasta ese momento

Soldados cargando herido
Cincuenta años antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, el sur de China fue destrozado por un conflicto aún más sangriento.
Estimados conservadores del número de muertos en los 14 años de la rebelión de Taiping empiezan entre los 20 y 30 millones de personas.
Unos 17 millones de soldados y civiles perdieron la vida en la Primera Guerra Mundial.

2. Nadie ganó

En las trincheras
Grandes extensiones de Europa quedaron en ruinas, millones murieron o fueron heridos. Los sobrevivientes vivieron con severos traumas mentales. Es raro hablar de victorias.
No obstante, en un obtuso sentido militar, Reino Unido y sus aliados lograron una victoria convincente.
Los buques de guerra alemanes fueron contenidos por la Armada Real al punto que sus tripulaciones prefirieron amotinarse en vez de lanzar un ataque suicida contra la flota británica.
El ejército alemán colapsó tras una serie de poderosos golpes de los aliados que segaron sus supuestamente inexpugnables defensas.
Para finales de septiembre de 1918, el emperador alemán y su autor intelectual militar Erich Ludendorff admitieron que no había ninguna esperanza de ganar y que Alemania debía rogar por paz. El armisticio del 11 de noviembre fue esencialmente una rendición alemana.
A diferencia de Adolf Hitler en 1945, el gobierno alemán no insistió en mantener una lucha inútil y sin sentido hasta que los aliados llegaran a Berlín, una decisión que salvó innumerables vidas pero que sirvió luego para alegar que Alemania nunca perdió realmente.

3. El tratado de Versalles fue extremadamente duro

Tratado de Versalles
El tratado de Versalles confiscó 10% del territorio de Alemania pero le dejó como la nación más grande y rica de Europa central.
No había casi fuerzas de ocupación, las reparaciones financieras fueron vinculadas a su habilidad de pagar y, en todo caso, en su mayoría no fueron reclamadas.
El tratado era marcadamente menos duro que los que le pusieron punto final a la Guerra franco-prusiana de 1870-71 y la Segunda Guerra Mundial.
Los alemanes victoriosos en la franco-prusiana anexaron grandes trozos de dos ricas provincias francesas, en las que se producía el hierro francés. Además, le pasaron a París una enorme cuenta de cobro para pagar inmediatamente.
Respecto al final de la II Guerra Mundial, Alemania fue ocupada, dividida, las maquinarias de sus fábricas destrozadas o robadas y millones de prisioneros fueron forzados a quedarse con sus captores y trabajar como esclavos.
Alemania perdió todo el territorio que había ganado en la Primera Guerra Mundial y otro pedazo gigante encima de eso.
Versalles no fue un tratado duro pero fue presentado como tal por Hitler, que buscaba crear una ola de sentimiento en contra del acuerdo que le impulsara hacia el poder.

4. Las tácticas en el Frente Occidental no cambiaron a pesar de repetidos fracasos

Nunca han cambiado las tácticas y tecnología tan radicalmente en cuatro años de lucha.
Fue un momento de innovación extraordinaria.
Generales a caballo
Al principio de la guerra, los generales andaban a caballo y los tanques no eran más que dibujos.
En 1914, los generales galopaban a caballo a través de los campos de batalla mientras que hombres con casquetes de paño se abalanzaban contra el enemigo sin las defensas necesarias. Ambas partes estaban armadas más que todo con rifles.
Cuatro años más tarde, equipos de combate con cascos de acero avanzaban protegidos por cortinas de proyectiles de artillería.
Estaban armados con lanzallamas, metralletas portátiles y granadas que se disparaban con rifles.
Arriba, aviones, que en 1914 habrían sido inimaginablemente sofisticados, surcaban el cielo, algunos cargando radios experimentales y reportando en vivo.
Enormes piezas de artillería disparaban con precisión, pues usando tan sólo fotos aéreas y matemáticas lograban dar en el blanco con un sólo tiro.
Los tanques habían pasado de la mesa de diseño al campo de batalla en sólo dos años, cambiando la guerra para siempre.

5. Todo el mundo la odió

Soldados alemanes
Como con cualquier guerra, depende de la suerte.
Puede ser que uno sea víctima de horrores inimaginables que lo dejan mental y físicamente incapacitado de por vida, o que no le pase nada.
Los soldados que tuvieron suerte en la Primera Guerra Mundial, no participaron en ninguna gran ofensiva y la mayor parte del tiempo estaban en mejores condiciones que en casa.
Los británicos, por ejemplo, comían carne todos los días -un lujo que no se repetía mucho en la vida civil-, tenían cigarrillos, té y ron, y una dieta diaria de más de 4.000 calorías.
Los índices de absentismo debido a enfermedades, un barómetro importante de la moral de las unidades, se mantuvieron -notablemente- casi iguales que en tiempos de paz.
Muchos jóvenes disfrutaron de los salarios garantizados, la intensa camaradería, la responsabilidad y una libertad sexual más grande que en tiempos de paz.

sábado, 18 de enero de 2014

La agente de la CIA que rastreó a un traidor

La agente de la CIA que rastreó a un traidor

Aldrich Ames
Aldrich Ames fue procesado en un tribunal federal de Virginia en febrero de 1994.
A Aldrich Ames le gustaba explicar cosas. Una vez le contó a su colega, la agente de la CIA Sandra Grimes cómo capturar a un topo, como se le dice a quienes trabajan en una organización pero actúan al servicio de otros.
"Dio su cátedra de contrainteligencia", cuenta Grimes. "¿Que si me enfureció? Sí, pero no quería que se notara".
Grimes y otra colega Jeanne Vertefeuille estaban tratando de descubrir por qué la agencia estaba perdiendo sus activos soviéticos, individuos que habían aceptado traicionar a su propio país y trabajar para la CIA.
En ese entonces Ames estaba siendo observado.
"Ya había una profunda suspicacia", afirma Henry Crumpton, exagente de la CIA. "Eso era parte del trabajo de Sandy: no asustarlo. Fue magistral".

"Parecían burócratas"

Grimes, de 68 años, habla sobre la CIA -la única agencia de inteligencia independiente de Estados Unidos- sentada frente a una chimenea eléctrica en su casa en el norte de Virginia.
El aroma a albaricoque que expele una botella de fragancia nos aleja del mundo de subterfugio y espionaje, al menos del retratado en ficción, pero la realidad es diferente.
Grimes y quienes trabajan para la CIA saben cosas que pueden disparar guerras y muertes. Aún así, estos individuos generalmente llevan vidas comunes y corrientes. Eso se nota en "The Assets", una miniserie de televisión de la cadena ABC de EE.UU. que cuenta la historia de cómo Grimes y Vertefeuille atraparon a Ames.
Sandra Grimes
El libro de Grimes sobre la cacería de un topo inspiró una serie televisiva.
Según Joe Weisberg, exjefe de operaciones de la agencia y luego creador y productor ejecutivo de la serie de FX "The Americans", "los personajes eran muy reconocibles de la CIA en la que trabajé. Parecían verdaderos burócratas".
El portavoz de la CIA Christopher White señala que evitan discutir esta clase de programas. "No los avalamos, de ningún modo".
Sin embargo le entusiasman Grimes y los otros que investigaron a Ames. "Hoy, 20 años después del arresto, la agencia y el pueblo estadounidense siguen teniendo una deuda con ellos", opina.
Como otros burócratas, Grimes y Ames compartían transporte. Trabajaban en la división de operaciones en la órbita soviética/este de Europa en la década de 1970.
"No le importaba cómo lucía", señala. "Salía corriendo con la camisa afuera".
Era un burócrata pero se consideraba un intelectual, alguien que leía libros sobre historia rusa. "Le encantaba preguntarse '¿qué habría pasado si...?'", recuerda.

La traición

Posteriormente cometió un espantoso crimen, al entregarle los nombres de los agentes soviéticos al servicio de la CIA a la KGB.
Randall Woods, autor de una biografía del exdirector de la CIA William Colby, considera: "Su traición era indefendible. No estaba vendiendo manuales ni misiles. Estaba traicionando a individuos".
Al menos ocho fueron ejecutados. A cambio, Ames recibió millones en efectivo.
María del Rosario Casas Ames
La colombiana María del Rosario Casas Ames tenía gustos caros.
A Ames se le permitió seguir en la agencia por casi una década después de traicionar a los informantes. Los funcionarios de la CIA dicen que pudieron proteger a sus agentes soviéticos al principio, cuando fueron expuestos inicialmente, y mantenerlos a salvo.
Los funcionarios son quisquillosos acerca de la investigación y defienden su enfoque. Afirman que tuvieron que ser rigurosos en sus esfuezos y requerían tiempo para seguir pistas. Con todo, la idea de que Ames permaneciera en la agencia y fuera cercano a quienes guardaban los secretos de la nación, es inquietante.

Por el dinero

El primer matrimonio de Ames terminó en divorcio. Su segunda esposa, María del Rosario Casas Ames, es de Bogotá, Colombia.
"A Rosario le encanta gastar dinero", comenta Grimes. "Tiendas como Neiman Marcus, Nordstrom. Rick no podía con eso".
A él mismo le quedaba difícil explicar lo que pasó.
"Fue como si estuviera casi en estado de shock", dijo Ames, según un informe del Congreso de 1994. "Darme cuenta de lo que había hecho. Pero ciertamente estaba subyacente la convicción de que tendría todo el dinero que podía usar, si decidía hacerlo".
Los soviéticos que aceptaron espiar a su propio país eran conscientes del peligro. Ames creía que al haber consentido participar en un juego de tan alto riesgo, no les sorprendería si las cosas terminaban mal.
Grimes señala: "Lo racionalizó. Asumió que desde que se prestaron a hacerlo sabían que eso iba a pasar".
Levanta sus manos. "La arrogancia sale a relucir", comenta. "Es, 'Soy más listo que tú'". Lo dice como cantando, imitando la voz de su excolega, con una mirada de superioridad en su rostro.

Al banco, después de almuerzo

La investigación tardó años. "Era muy importante que no nos equivocáramos", precisa.
Grimes y sus colegas estudiaron minuciosamente el calendario y los estados de cuenta de Ames. Trabajaron juntos, en cubículos con "enormes" divisiones y pasaban la información por encima.
Sandra Grimes, Paul Redmond, Jeanne Vertefeuille, Diana Worthen y Dan Payne
Cazadores de topos: Sandra Grimes, Paul Redmond, Jeanne Vertefeuille, Diana Worthen y Dan Payne.
Notaron que Ames almorzaba con un experto en control de armas de la embajada soviética. Después iba al banco a depositar dinero.
Ella fue a ver a un superior en la agencia: "Cerré la puerta y dije 'no hay que ser un genio para darse cuenta de lo que pasa aquí. Rick es un maldito espía soviético'".
Ames fue arrestado el 21 de febrero de 1994. "Le sorprendió", cuenta. "Pensó que se saldría con la suya".
De hecho, llevaba nueve años saliéndose con la suya.

Crimen contra todos

Grimes fue metódica, pero el enfoque era defectuoso. "Hizo un trabajo duro y minucioso", dice Tim Weiner, autor de "Legacy of Ashes: The History of the CIA". "Pero la modalidad de contrainteligencia de la CIA era estirar las teorías".
Frederick Hitz, futuro inspector general de la agencia, escribió un informe. "Nos preguntamos '¿cuál es la historia, cómo ocurrió?'", dice. "Nuestra conclusión fue que no sentíamos que la agencia dedicara suficientes recursos para encontrar la razón".
El informe permanece clasificado.
La historia de Ames muestra el daño que un hombre puede hacer cuando se le da acceso a información clasificada y decide usarla en su propio beneficio. También expone la dificultad de descubrir a un traidor en una organización tan insular como la CIA.
Ames fue sentenciado a cadena perpetua. Grimes lo vio por última vez en un tribunal federal en Alexandria, Virginia.
"Escuché un sonido metálico", recuerda.
Apareció ante el juez con grilletes en las piernas. "Empezó a pontificar y hablar y hablar y hablar".
"El magistrado dijo 'Sr. Ames, el suyo es un crimen contra todos los ciudadanos'. Cogió su martillo. ¡Bum! 'Fianza negada' ¡Bravo!". Se recuesta y luce sorprendida.
Ames fue escoltado fuera de la corte. "No era un hombre derrotado", comenta Grimes. "Curiosamente, se siente cómodo consigo mismo".

miércoles, 8 de enero de 2014

John F. Kennedy consideró una invasión de Brasil en 1963

John F. Kennedy consideró una invasión de Brasil en 1963

Gaspari divulgó audio en su sitio web donde se escucha al ex presidente estadounidense consultarle a su embajador sobre una posible acción militar

John F. Kennedy consideró una invasión de Brasil en 1963
John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos fallecido el 22 de noviembre de de 1963. Su muerte hasta hoy es un misterio (Foto: Reuters)

John Fitzgerald Kennedy, trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, consultó sobre la conveniencia de invadir militarmente Brasil un mes antes de ser asesinado, con el propósito de derrocar a su homólogo brasileño Joao Goulart. Eso es lo que revela un audio difundido por el periodista Elio Gaspari en su página web Archivos de la Dictadura.

En la grabación, que data del 7 de octubre de 1963, se escucha al mandatario estadounidense, fallecido el 22 de noviembre del mismo año en Dallas (Texas), conversar con su embajador en Brasilia, Lincoln Gordon. “¿Usted ve que una situación cercana donde podríamos, donde sería conveniente intervenir militarmente?”, dijo Kennedy aquella vez, según la transcripción publicada por Gaspari.

En ese entonces, según da cuenta el diario español El País, Estados Unidos consideraba que la influencia comunista en América Latina se estaba incrementando después de la Segunda Guerra Mundial, y que si esta se llegaba a instalar en Brasil, asegura el diario, citando a un historiador local, el proceso de retorno al capitalismo era un hecho casi imposible.

En respuesta a Kennedy, su interlocutor, el diplomático Gordon, dijo que: “Esa es la otra categoría que yo llamo de “contingencia peligrosa, que posiblemente requiera de una acción rápida”. Ese es el principal problema”. Días antes, el embajador en Brasilia recomendó a la Casa Blanca esperar más acciones concretas sobre la inclinación comunista de Brasil, para después justificar su intervención militar. Según informa la agencia AFP.

El golpe estadounidense finalmente no fue necesario. En abril de 1964, tropas militares derrocaron al gobierno de Goulart, conocido popularmente como “Jango”. Washington reconoció rápidamente el régimen militar.

La conversación, según informa la agencia de noticias, citando a la web, formó parte de una reunión de dos días de Kennedy con miembros de su gobierno para discutir la situación en Brasil y Vietnam.

domingo, 5 de enero de 2014

El cementerio pagano escondido bajo el Vaticano

El cementerio pagano escondido bajo el Vaticano


Reconstrucción digital del cementerio
La reconstrucción digital muestra una impresión 3D de cómo se veía probablemente el cementerio.
Se ingresa al antiguo mundo de los muertos de Roma a través de una puertita sin marcar, adyacente a la central telefónica del Vaticano.
Allí, sin que muchos lo noten, se encuentra un cementerio romano descubierto hace 60 años, debajo de una playa de estacionamiento de Ciudad del Vaticano, que finalmente será abierto al público a principios de este año.
Este corresponsal lo vio como primicia (ahora, los detalles de las visitas en grupo están disponibles en el sitio web de los Museos Vaticanos): al bajar unos cuantos escalones, se llega a un sótano bien iluminado, con una angosta pasarela metálica que zigzaguea sobre los restos de cientos de tumbas individuales y pequeños mausoleos de piedra.
Se remontan al período que va entre el siglo I después de Cristo, durante el reinado del emperador Augusto, y el siglo IV, cuando el emperador Constantino se convirtió al cristianismo.
Constantino hizo construir la primera iglesia en el sitio donde queda ahora la Basílica de San Pedro. El propio San Pedro, el primer Papa, fue sepultado -según la tradición- en las proximidades de la basílica.
Unos cuantos esqueletos blanqueados por el tiempo yacen en tumbas abiertas, aunque por entonces la mayoría de los que morían eran cremados y sus huesos y cenizas se colocaban dentro de frascos y urnas de terracota.
Tumba de un arquitecto
Un arquitecto llamado Alcimus es representado con sus herramientas de trabajo.

Sin signos del cristianismo

Pero uno de los elementos más curiosos del lugar es que, pese a estar a pasos de la sede de poder y devoción del catolicismo, no se trata de un cementerio cristiano.
De hecho, los arqueólogos no encontraron ninguno de los símbolos cristianos: el ancla, la cruz o la paloma que se ven comúnmente en las catacumbas romanas, las cavernas subterráneas que se encuentran en las afueras de Roma y que son visitadas todos los años por decenas de miles de peregrinos cristianos.
La Ciudad del Vaticano de hoy en día era un área donde elegían ser enterradas las personas de clase media, muchas de ellas esclavos libertos al servicio del emperador.
Ruinas de cementerio romano
Las excavaciones arqueológicas se extienden bajo toda la colina del Vaticano.
Las inscripciones en latín en las tumbas o los ocasionales retratos en piedra nos dan una idea vívida de cómo lucían y a veces incluso de cómo se ganaban la vida los difuntos que yacieron aquí.
Alcimus era un arquitecto empleado como escenógrafo del teatro de Pompeya. En su tumba se lo representa con sus herramientas de trabajo: una escuadra y una plomada.
Un tal Tiberius Claudius Optatus cuidaba la oficina privada del emperador.
Un famoso jinete local llamado Clemente competía en el equipo de los "azules" de uno de los muchos estadios romanos donde se realizaban carreras de caballos y cuadrigas.
Un escultor, Tiberius Claudius Thesmus, tenía un retrato de él mismo esculpiendo un busto en su tumba con su perro observándolo a su lado.
Una de las esculturas funerarias más conmovedoras es la de un niño esclavo no identificado durmiendo, con una linterna a su costado, esperando a su amo para acompañarlo por los callejones oscuros de Roma. Era un servus lanternarus, uno de los siervos empleados por muchas familias pudientes para iluminarles el camino cuando salían de noche.
Escultura en una tumba
Esta escultura adornaba el sepulcro de un niño esclavo con una linterna para su amo.

Vidas más cortas

El promedio de esperanza de vida en la antigua Roma era corto. Pruebas científicas practicadas por técnicos del Vaticano a los restos humanos encontrados en el cementerio revelan que pocos de los sepultados allí llegaron a la edad de 40 años.
Solían tener mala dentadura, lo cual era un indicio de pobreza y de una dieta con proteínas insuficientes.
Hay tumbas de muchos niños que fallecieron en su infancia. Uno de ellos, perteneciente a una familia acomodada llamada Natronii, vivió exactamente cuatro años, cuatro meses y diez días. Su afligida madre le puso el apodo Venustus ("niño lindo") y su retrato muestra un rostro bello y triste.
El cementerio queda fuera del muro de la ciudad de Roma, en el cruce de dos importantes rutas: la Vía Triumphalis y la Vía Clodia, que conducen al norte y oeste, respectivamente. Los romanos enterraban a sus muertos al lado de las principales rutas de salida de la ciudad.
Los romanos ricos construían enormes tumbas privadas, algunas de las cuales sobreviven hasta la actualidad a lo largo de la Vía Appia, el camino que lleva al sur, hacia Nápoles y Bríndisi.
Era un área llena de parques y jardines, no muy diferente de aquellas dentro de la Ciudad del Vaticano.
Después de la conversión del primer emperador cristiano, Constantino, a principios del siglo IX de nuestra era, parece que el cementerio romano del Vaticano fue abandonado. En gran parte fue cubierto por deslizamientos de tierra, lo cual explica su excelente estado de preservación después de tantos siglos.
Ahora está listo para ser utilizado nuevamente, aunque esta vez como destino turístico.