sábado, 22 de agosto de 2015

Robert Conquest, el hombre que le reveló al mundo los horrores de Stalin

Robert Conquest, el hombre que le reveló al mundo los horrores de Stalin

Stephen Evans
BBC

Fueron los libros de un historiador británico los que terminaron de convencer a muchos de los abusos de Stalin.

Para quien creció en un país comunista, los libros de Robert Conquest fueron, sin duda, una gran revelación.

En mi caso, dos de mis abuelos eran miembros del Partido, tal y como se le conocía entonces, sin tener siquiera que especificar cuál.

El padre de mi padre se unió poco después de la Revolución Rusa de 1917 y permaneció fiel –es la palabra más adecuada– durante las invasiones de Hungría y Checoslovaquia, impertérrito ante cada revelación y contrarrevolución.

En las cenas familiares en casa de mi abuelo en Bedlinog, Gales, los debates sobre el tema eran intensos e inútiles al mismo tiempo. Era como discutir con el creyente más devoto: cualquier argumento proveniente del Soviet Weekly o delMorning Star era palabra del Evangelio.
Edgar Evans, fotografiado en 1975, con algunos números del periódico "Morning Star".

Mi abuelo tenía las obras completas de Stalin en su estantería, no muy desgastadas por la lectura, obviamente. Cuando mi abuela opinaba en la mesa que, seguramente, cometieron algún crimen durante la Unión Soviética, su marido le decía que dejara de decir "esas malditas mentiras".

Mi padre recordaba el alivio que sintió cuando, siendo todavía un joven residente de su pueblo minero, Hitler traicionó a su antiguo aliado e invadió la Unión Soviética en 1941.

En ese entonces su familia temía terminar presa por sus ideas. Pero el Ejército Rojo terminó convirtiéndose en aliado de Gran Bretaña y los comunistas pasaron a ser los mayores defensores de la causa.

De acuerdo con su hijo, mi abuelo, un concejal comunista, recibió raciones adicionales de petróleo para recorrer los valles de Gales en busca de apoyo para la guerra.

Y esta "atmosfera religiosa" continuó también durante la Guerra Fría. Cualquier información poniendo en duda los logros de la Unión Soviética era automáticamente rechazada como "propaganda de la Guerra Fría".

Cuando un disidente importante era encerrado en un hospital mental, la visión al respecto era que debía de estar loco si se le había ocurrido poner en entredicho los méritos del socialismo soviético.

Así que, para aquellos de nosotros que dudábamos de estas afirmaciones, la obra deRobert Conquest, "El Gran Terror: las purgas de Stalin de los años 30", fue un trabajo extraordinario.
Conquest describió con un lenguaje claro cómo fue el Gran Terror de Stalin. Para muchos, sus libros fueron una verdadera revelación.

Este libro cambió la forma de pensar de algunos y disipó las dudas de otros (las mías incluidas) cuando fue publicado en 1968, año de la invasión soviética de Checoslovaquia, en respuesta a la Primavera de Praga.

En su obra, Conquest exponía los hechos sin adorno, de manera que éstos hablaban por sí solos, explicando con un lenguaje claro todos los detalles sobre las purgas y las ejecuciones.

Algunos soviéticos se burlaron de estos datos –y muchos todavía lo hacen– pero no pudieron encontrar ningún error; Conquest fue muy meticuloso en su investigación.

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José Stalin

Durante la Gran Purga de Stalin, fueron asesinadas unas 750.000 personas.

Iosif (José) Vissarionovich Dzhugashvili adoptó el nombre de Stalin, que significa"el hombre de acero".

Estudió para ser sacerdote, pero abandonó el seminario y no se presentó a los exámenes finales.

Tras la muerte de Lenin, se promocionó a sí mismo intensamente para convertirse en líder de la Unión Soviética.
Durante el Gran Terror o la Gran Purga de Stalin, alrededor de 750.000 personas fueron ejecutadas sumariamente.

Stalin jugó un papel decisivo en la derrota de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial.

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Cuando, finalmente, los archivos soviéticos salieron a la luz, las descripciones de Robert Conquest se mantuvieron intactas. Podía haber un debate en torno a las cifras –el número preciso de víctimas de Stalin– pero no sobre los hechos presentados.

Conquest explicó cómo cientos de miles de personas habían sido asesinadas por la policía secreta soviética en cuestión de meses, entre 1937 y 1938.

Supimos cómo las purgas de oficiales, llevadas a cabo por un paranoico Stalin, eran tan feroces que ponían en peligro al propio Ejército Rojo.

Conquest explicó con detalle la hambruna en Ucrania durante 1932 y 1933.

En su libro, Conquest describió cómo, en un sólo día, el 12 de diciembre de 1937, Stalin y su secuaz, Molotov, aprobaron personalmente las sentencias de muerte de 3.167 personas. Y después se fueron al cine.

Los detalles eran irrefutables.

Y entonces, Conquest volvió a hacerlo, con "La Cosecha del dolor: la colectivización soviética y la hambruna de terror", un libro sobre la escasez en Ucrania entre 1932 y 1933, causada por una política agrícola estúpida y vengativa, llevada a cabo por Stalin con un fin absolutamente destructivo.

Conquest documentó lo que pasó en los pueblos. Describió el canibalismo y la inanición.

Durante la preguerra, el periodista galés Gareth Jones viajó por Ucrania y constató la verdad de la hambruna. Publicó varios artículos sobre ello en 1933.

Para algunos Stalin era una figura casi religiosa, un dios.

Pero había voces en contra que tenían más poder que él, como la delcorresponsal en Moscú del New York Times,Walter Duranty, quien se dedicó a divulgar propaganda a favor de Stalin.

"Las condiciones son malas, pero no hay hambruna", escribió Duranty. Y, en cuanto a la política de Stalin, dijo que "no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos".

Cuando los libros de Robert Conquest vieron la luz, se hizo evidente que Duranty estaba equivocado y Jones tenía razón.

Había un elemento de fe en torno a la Guerra Fría. Los comunistas desilusionados hablaban de un dios muerto y no hay duda de que los ultra fieles negarían la evidencia incluso aunque la tuvieran delante de sus propios ojos.

Cuando Stalin fue denunciado por Nikita Khrushchev en 1956, mi abuelo sufrió un shock nervioso. Las obras completas de Stalin fueron escondidas detrás del televisor.

Mi abuelo murió justo cuando la Unión Soviética colapsó. Estaba demasiado confuso en su vejez para darse cuenta de que su dios había muerto. Nunca leyó los libros de Conquest. Los habría juzgado como la más despreciable propaganda de Guerra Fría.
La nostalgia por el "monstruo" continúa viva en algunas partes de Rusia.

Dicen que el escritor mexicano Octavio Paz opinó que los libros de Conquest "cerraron el debate" en torno al estalinismo. Esto no es cierto. La nostalgia por el monstruo continúa, quizás incluso en la Rusia de hoy en día.

Sin embargo, los libros de Conquest abrieron los ojos de aquellos que tenían la mente abierta. Yo lo sé. Lo recuerdo.

lunes, 17 de agosto de 2015

Las japonesas que se casaron con el enemigo

Las japonesas que se casaron con el enemigo

Vanessa Barford
BBC

A los soldados estadounidenses se les pidió no fraternizar con las mujeres, pero muchos hicieron caso omiso.

A sus 21 años y tras llegar a Estados Unidos en 1951, Hiroko Tolbert tuvo la oportunidad de conocer a sus suegros.

El momento representaba una oportunidad de causar una buena impresión, así que escogió su mejor kimono para el viaje en tren al norte del estado de Nueva York.

Hiroko había escuchado que allí todo el mundo se vestía con hermosos trajes y que las casas eran muy bonitas.

Sin embargo, en vez de estar bien impresionada la familia quedó horrorizada.

"Mis suegros querían que me cambiase, que vistiera ropa occidental. Mi esposo también, así que subí las escaleras y me puse otra ropa y guardé el kimono por muchos años".

Esa fue la primera de muchas lecciones sobre un estilo de vida estadounidense que no se había imaginado.
A Hiroko le gustaba usar ropa tradicional japonesa.

"Me di cuenta de que viviría en una granja de pollos con gallineros y estiércol por todos lados. Nadie se quitaba los zapatos en la casa. En las casas japonesas no los usábamos. Todo era limpio allá. Me sentí desconsolada de vivir en esas condiciones".

"También me dieron un nombre nuevo, Susie".

Como muchas novias de guerra, Hiroko provenía de una familia bastante acomodada, pero no podía ver un futuro en la devastada Tokio.

"Todo estaba en ruinas debido a los bombardeos estadounidenses. Uno no podía encontrar las calles o las tiendas. Era una pesadilla. Teníamos problemas con la comida y el alojamiento".

"No sabía mucho de Bill, de sus orígenes o su familia pero me arriesgué cuando me pidió matrimonio. Yo no podía vivir allá. Tenía que sobrevivir", dice.

Y su decisión de casarse con el soldado estadounidense Samuel "Bill" Tolbert no fue bien recibida por sus propios parientes.

"Mi madre y mis hermanos quedaron destrozados al saber que me casaba con un estadounidense. Cuando me fui, la única que vino a visitarme fue mi madre. Yo pensé que no volvería a ver a Japón".

La familia de su esposo también le advirtió que la gente la trataría diferente allá porque Japón era el antiguo enemigo

Más de 110.000 japoneses-estadounidenses en la Costa Oeste de EE.UU. habían sido enviados a centros de reclusión a raíz de los ataques contra Pearl Harbor en 1941, cuando más de 2.400 estadounidenses resultaron muertos en un solo día.

Fue la mayor reubicación oficial forzosa en la historia de EE.UU., desencadenada por el temor de que miembros de la comunidad actuaran como espías o colaboradores para ayudar a los japoneses a efectuar más ataques.
Un soldado estadounidense coloca una orden de exclusión civil para japoneses-estadounidenses.

Los campamentos fueron cerrados en 1945, pero en la década siguiente la tensión emocional seguía siendo evidente.

"La guerra había sido un conflicto sin misericordia con un odio y temor increíble en ambas partes", dice el profesor Paul Spickard, un experto en historia y estudios asiáticos-estadounidenses en la Universidad de California.

"EE.UU. era un lugar muy racista en esa época con muchos prejuicios en contra de las relaciones interraciales", destaca.

Por fortuna, Hiroko encontró reciptividad en la comunidad alrededor de su nueva familia en la zona de Elmira en Nueva York.

"Una de las tías de mi esposo me dijo que tendría problemas para encontrar personas que me asistieran en el nacimiento de mi bebé, pero estaba equivocada. El doctor me dijo que sería un honor atenderme. Su esposa y yo nos volvimos amigas y ella me llevó a su casa a ver mi primer árbol de Navidad".

Sin embargo, para otras novias japonesas de guerra fue más difícil acostumbrarse a un EE.UU. en el que había segregación.

"Recuerdo haber tomado un autobús en Louisiana que estaba dividido en dos secciones: blancos y negros", dice Atsuko Craft, quien se mudó a EE.UU. en 1952 a los 22 años.

"No sabía dónde sentarme, así que me senté en el medio".

Como Hiroko, Atsuko había recibido una buena educación, pero pensó que casarse con un estadounidense le daría una mejor vida que quedarse en la destrozada Tokio de la pos guerra.

Atsuko dice que su "generoso" esposo, a quien había conocido a través de un programa de intercambio de idiomas, acordó pagar para que siguiera estudiando en EE.UU.
Atsuko (segunda de izquierda a derecha) se casó con Arnold (a su derecha) y se mudó a EE.UU. en 1952.

Sin embargo, a pesar de graduarse en microbiología y de conseguir un buen trabajo en un hospital, dice que tuvo que enfrentarse a la discriminación.

"Cuando iba a buscar casa o apartamentos y me veían, me decían que ya habían sido tomados. Pensaban que yo haría bajar el valor de las propiedades. Era una situación hiriente".

Y las esposas japonesas también enfrentaron el rechazo de la comunidad japonesa-estadounidense, apunta el profesor Spickard.

"Para ellos se trataba de mujeres de vida fácil, lo que no parecía ser el caso. La mayoría de ellas trabajaban en tiendas, en la caja o almacenando productos, o en empleos relacionados con la ocupación estadounidense".

Según Spickard, entre 30.000 y 35.000 japonesas emigraron a EE.UU. en la década de los 50 del pasado siglo.

En un principio, los militares estadounidenses dieron órdenes a los soldados de no fraternizar con las mujeres locales y bloquearon las solicitudes de matrimonio
.Hiroko se casó com el soldado estadounidense Samuel 'Bill' Tolbert en Japón y se radicó en EE.UU. en 1951.

La Ley de Novias de Guerra de 1945 les permitió a los militares que se casaron en el exterior traer a sus esposas a EE.UU., pero no fue hasta la Ley de Inmigración de 1952 que pudieron viajar en grandes cantidades.

Al llegar a EE.UU. algunas asistieron a escuelas para novias japonesas en bases militares con el fin de aprender cosas como como hornear tortas al estilo estadounidense o caminar con tacones, en vez de los zapatos planos a los que estaban acostumbradas.

Sin embargo, muchas no estaban preparadas en lo absoluto para eso.

En general las japonesas que se casaron con hombres negros estadounidense se adaptaron más fácilmente, señala Spickard.

"Las familias negras sabían lo que era estar del lado de los perdedores. Se les recibió en la hermandad de las mujeres negras. Sin embargo, en pequeñas comunidades blancas, en lugares como Ohio y Florida, su aislamiento fue muchas veces extremo".

Ahora, a sus 85 años, Atsuko dice que ha notado una gran diferencia entre la vida en Louisiana y Maryland, cerca de Washington, donde crío a sus hijos y aún vive con su esposo.

Y apunta que los tiempos han cambiado y que ahora no enfrenta ningún prejuicio.

"EE.UU. es más internacional y sofisticado. Me siento como una japonesa-estadounidense y estoy contenta de eso".Muchas esposas japonesas fueron a escuelas para novias con el fin de aprender el estilo de vida estadounidense.

Hiroko, ahora de 84 años, coincide en señalar que las cosas son distintas. Sin embargo, luego de divorciarse de Samuel en 1989 y casarse de nuevo, piensa que ella ha cambiado tanto como el país que la recibió.

"Aprendí a ser menos estricta con mis cuatro hijos. Los japoneses son disciplinados y la escolaridad es muy importante. Todo es estudiar, estudiar, estudiar. Yo ahorré dinero y me volví una exitosa dueña de tienda. Finalmente tengo una buena vida, una hermosa casa. Soy muy estadounidense".

Pero ya no se llama Susie. Solo Hiroko.

sábado, 15 de agosto de 2015

Día de la victoria sobre Japón: el hombre que salvó a Kioto de la bomba atómica

Día de la victoria sobre Japón: el hombre que salvó a Kioto de la bomba atómica

Mariko Oi
BBC

Algunos historiadores dicen que el entonces secretario de Guerra de EE.UU., Henry Stimson, tuvo razones personales para perdonar a Kioto.

Pocas semanas antes de que Estados Unidos lanzara el arma más poderosa conocida por la humanidad, la ciudad japonesa de Nagasaki no estaba siquiera en la lista de objetivos de la bomba atómica.

En su lugar estaba la antigua capital del país, Kioto.

La lista la creó un comité formado por generales, funcionarios del ejército y científicos estadounidenses. Kioto, con más de 2.000 templos y altares budistas, incluidos 17 lugares Patrimonio de la Humanidad, encabezaba la lista.

"Este objetivo es un área industrial urbana con una población de un millón", se lee en los apuntes de la reunión del comité.

Describían a la población de Kioto como "más apta para apreciar el significado de este arma como artefacto".

"El ejército percibía Kioto como un objetivo ideal porque no había sido bombardeada en absoluto, por lo que muchas de las industrias y algunas de las fábricas más importantes se habían reubicado allí", explica Alex Wellerstein, historiador de ciencia en el Instituto de Tecnología Stevens, en EE.UU.

"Los científicos del llamado Comité de Objetivos también preferían Kioto porque era sede de muchas universidades y pensaron que la gente allí sería capaz de entender que una bomba atómica no es cualquier arma, que era un punto de inflexión en la historia de la humanidad", añade.

Pero a comienzos de junio de 1945, el secretario Stimson ordenó que Kioto fuera retirada de la lista de objetivos. Alegó que era de importancia cultural y que no era objetivo militar.

"El ejército no quería retirarla de la lista así que siguió poniendo a Kioto en ella hasta finales de julio, pero Stimson acudió directamente al presidente Harry Truman", prosigue Wellerstein.
Mapa detallado de Kioto estudiado por el Comité de Objetivos.

Tras un encuentro con el presidente, Stimson escribió en su diario el 24 de julio de 1945: "Fue particularmente empático al estar de acuerdo con mi sugerencia de que si no hay eliminación, el rencor causado por un acto sin sentido de ese calibre haría imposible que durante el largo periodo postbélico los japoneses se reconciliaran con nosotros en esa zona antes que con los rusos".

Las tensiones que condujeron a la Guerra Fría ya se estaban incubando y lo último que querían los estadounidenses era dar un impulso a la causa comunista en Asia.

Nagasaki por Kioto

Fue entonces cuando Nagasaki se añadió a la lista de objetivos en lugar de Kioto. Pero Hiroshima y Nagasaki tampoco eran objetivos militares.

Tal como sabemos ahora, cientos de miles de civiles –mujeres y niños incluidos– murieron.

Y si bien Kioto quizá era la ciudad cultural más famosa, las otras ciudades también tenían bienes valiosos.

"Por eso parece que Stimson tenía una motivación más personal y que estas otras excusas eran simples racionalizaciones", opina Wellerstein.
Kioto es la antigua capital de Japón y una ciudad llena de monumentos culturales y espirituales.

Se sabe que Stimson visitó Kioto varias veces en la década de los 20 cuando era gobernador de Filipinas.

Algunos historiadores dicen que fue su destino de luna de miel y que era un admirador de la cultura japonesa.

Pero también estaba detrás de la reclusión de más de 100.000 japoneses–estadounidenses porque, decía Stimson: "Sus características raciales son tales que no podemos entender o incluso confiar en el ciudadano japonés".

Esta puede ser en parte la razón por la que otro hombre se llevó el mérito de salvar a Kioto durante muchas décadas.

Por mucho tiempo, se creyó que fue el arqueólogo e historiador de arte estadounidense Langdon Warner y no el controvertido secretario de Guerra quien aconsejó a las autoridades no bombardear ciudades con un patrimonio cultural como Kioto.

Incluso hay monumentos en homenaje a Warner en Kioto y Kamakura.

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Hiroshima: la bomba que cambió el mundo
Nube sobre Hiroshima tras la explosión de la bomba atómica.

La bomba recibió el apodo de "Little Boy" y se cree que tuvo la fuerza explosiva de 20.000 toneladas de TNT.

El coronel Paul Tibbets, militar de 30 años procedente de Illinois, lideró la misión para lanzar la bomba atómica sobre Japón.

El Enola Gay, el avión que lanzó la bomba, recibió este nombre en homenaje a la madre del coronel Tibbets.

El objetivo final fue decidido apenas una hora antes del lanzamiento de la bomba. Las buenas condiciones meteorológicas sobre Hiroshima sellaron el destino de la ciudad.

En la explosión, la temperatura en el punto de estallido de la bomba fue de varios millones de grados. Miles de personas murieron de forma instantánea o resultaron heridas.

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En su libro de 1995, Drop the Atomic Bomb on Kyoto ("Lanzar la bomba atómica sobre Kioto"), el historiador japonés Morio Yoshida argumentó que Warner era recordado como el salvador de los bienes culturales de Japón como parte de la propaganda postbélica de EE.UU.

"Durante la ocupación de EE.UU. sobre Japón después de la guerra, hubo mucha censura en torno a las bombas atómicas", señala Wellerstein.

"Aprendimos suficientes lecciones de guerras anteriores sobre enemigos derrotados que te odian, así que cualquier estrategia mediática para que los japoneses creyeran que a EE.UU. le importaba Japón –ya fuera su gente o su patrimonio cultural– se veía como algo excelente por parte de las autoridades ocupantes".

Pero no sólo parece que al presidente Truman le importaba poco el patrimonio cultural de Japón, también describió ese país como "una nación terriblemente cruel y no civilizada en tiempos de guerra", y calificó a sus nacionales como "bestias" que no merecían honor ni compasión por el ataque sobre Pearl Harbour.

Este tipo de comentarios ha generado cierta especulación sobre Estados Unidos lanzó las bombas atómicas en Japón y no sobre Alemania por racismo: usar la bomba contra personas blancas podía ser visto como un tabú más grande que hacerlo sobre los japoneses.

"Un interés personal"

El primer ministro japonés, Shinzo Abe, en la ceremonia por el 70 aniversario del fin de la guerra para Japón.

Actualmente, el presidente Truman es a la vez elogiado y criticado por tomar la decisión de lanzar las bombas.

En realidad, los historiadores cuentan que dio la orden de empezar a usar la nueva arma sólo después del 3 de agosto y que no estuvo totalmente implicado en los detalles de las decisiones.

Wellerstein indica que hay pruebas documentales de que el presidente quedó sorprendido por la devastación que causó la primera bomba, especialmente por que murieran tantas mujeres y niños, y la segunda y más potente, la que cayó sobre Nagasaki, fue lanzada sólo tres días después.

Esa decision la tomó el director militar del proyecto de desarrollo del arma atómica, el general Leslie Groves, que dirigió el Comité de Objetivos y perdió la batalla por mantener a Kioto en lo alto de la lista.

Groves escribió en una carta con fecha 19 de julio de 1945 que quería utilizar al menos dos y como mucho cuatro bombas atómicas en Japón.

"Se puede decir que tenía un interés personal en hacer uso de los dos tipos diferentes de bombas atómicas", apunta Wellerstein.

Así que, hace 70 años, en lugar de miles de templos y altares, fue la gente de Nagasaki la que se evaporó en un abrir y cerrar de ojos.

La ciudad que ni siquiera estaba en la lista inicial de objetivos en la orden de bombardeo fue elegida por el mal tiempo que impidió que los pilotos lanzaran el 9 de agosto la bomba sobre el segundo objetivo en la lista, la ciudad de Kokura.

La noticia de la rendición de Japón generó grandes muestras de alegría por todo el mundo, como se ve en esta imagen de los alrededores de Buckingham Palace, Londres.

En cierto sentido, es perverso decir que Henry Stimson salvó a Kioto de la bomba atómica como si fuera un resultado positivo.

Pero había otra bomba lista para ser lanzada el 19 de agosto si Japón no se hubiera rendido cuatro días antes. Se cree que el objetivo era Tokio, posiblemente el palacio del emperador.

En la actualidad, pese al sufrimiento que causaron, es bastante común encontrar a gente en Japón que dice que las bombas atómicas fueron necesarias para terminar la guerra.

Pero si Kioto hubiera sido destruida o si hubieran matado al emperador, quizá no tantos estarían dispuestos a aceptar el trágico destino que sufrió Japón.