martes, 14 de julio de 2009

Piojos, el arma de Weigl contra los nazis

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Rudolf Stefan Weigl (1883-1957) nació en Moravia (actual República Checa pero por aquel entonces perteneciente al imperio austro-húngaro) en el seno de una familia germanófona. A la muerte de su padre se traslada a Polonia, país en el que se educa, se gradúa en biología y se casa. Weigl, al que se considera un gran patriota polaco, lo fue como vemos por propia elección. Pero este hombre no solo destacó como científico, su ingenio y unos pequeños “aliados” le han hecho entrar en la historia como benefactor de la humanidad.

Pero vayamos por partes. Cuando se aproximaba la Segunda Guerra Mundial. Weigl se especializó en parasitología (no confundir con esa pseudociencia llamada parapsicología). Trabajando en los laboratorios del ejército polaco se interesó por el tifus, enfermedad que en aquel momento se extendía por Europa del este. Téngase en cuenta que el tifus mataba por aquel entonces a miles de personas. Se dice que Napoleón fue derrotado en su campaña rusa por el invierno y el tifus. Solo en la ciudad de Vilna (Lituania) hay 30.000 franceses enterrados que fallecieron por la acción de las Rickettsias.

Weigl sabía que el vector del contagio del tifus eran los piojos, pero en aquel tiempo no había forma de cultivar el agente infeccioso del tifus: la bacteria Ricketsia prowazekii. Se sabía que estas bacterias se propagaban en los intestinos de los piojos, por lo que Weigl se decidió a experimentar con estos pequeños insectos con la intención de propagar de forma controlada a las bacterias responsables del tifus y de este modo contar con material suficiente como para estudiar a la Ricketsia y tratar de desarrollar una vacuna.

Pero para ello, antes había que infectar los intestinos de los piojos con esta bacteria. Una de las formas era hacer que los piojos picasen a alguien ya infectado, lo cual era un método poco práctico por peligroso e irreproducible, puesto que el tifus era mortal. Como Weigl no podía hacer que los piojos absorbieran el agente patógeno por sus bocas (ni había forma que los insectos se contagiaran entre si), decidió “atacar por la retaguardia”. En efecto, las “manos mágicas” del parasitólogo lograron – gracias a agujas de jeringuilla tan finas como un capilar – inyectar una suspensión de Ricketsias por el ano de los piojos. ¡A eso lo llamo yo tener buen pulso!

Uno de los mayores logros de Weigl fue precisamente el empleo de piojos como “granjas de bacterias”. Además, el polaco logró criar una cepa de piojos especial llamada Pediculus vestimenti, que era fácil de alimentar. Esta cepa fue el resultado del cruce de especies de piojos caucásicas y africanas.


Para alimentar a los piojos, Weigl les construía una especie de armazón de madera en cuyo interior inmovilizaba a los diminutos insectos. Dichos armazones contaban con pequeños agujeritos por las que los piojos asomaban la cabeza (más fina que el abdomen). Cuando llegaba el momento de alimentar a los piojos para que siguieran fabricando bacterias, Weigl unía con correas varias de esas cajitas y las colocaba sobre las pantorrillas - si eran hombres - o muslos - si eran mujeres - de algún humano “alimentador” (véase foto). La actividad no podía durar más de 45 minutos, ya que la glotonería de los piojos podía hacerles estallar literalmente.

Seguro que estáis pensando que esto podía provocar el contagio del tifus, pero ¡tranquilos! Los humanos no se contagian por la picadura del piojo. Son las heces que deja sobre la piel las que rebosan de Ricketsias. Cuando el humano se rasca las picaduras, extiende las heces por la herida, lo cual facilita el acceso de las bacterias al interior del cuerpo.

Weigl se cuidaba muy mucho de que las heces de piojo quedaran atrapadas en el receptáculo de madera, y además desinfectaba las picaduras con alcohol y cloruro de mercurio.

Más tarde se diseccionaban los intestinos de los piojos infectados y se mezclaba su contenido en una solución de fenol. Tras filtrar los residuos sólidos en un giroscopio, se volvía a suspender el resultado en fenol y ya teníamos la vacuna. La cual se suministraba en 3 dosis, cada cual más concentrada que la anterior.

La vacuna de Weigl salvó miles de vidas y le hizo una celebridad mundial. Pero sucedió que en 1941 los nazis ocuparon la ciudad de Lwow, sede del famoso Instituto Weigl para el Tifus. Y sucedió que la fama de aquella institución la convirtió en un refugio seguro. Muchos de los profesores de la Universidad Jan Kazimierz de Lwow eran judíos por lo que la Gestapo se apresuró a deportarlos. Y ahí es donde el ingenio del profesor Weigl se puso a funcionar.

Dado que los nazis tenían pánico al tifus, Weigl contrató a cuantos profesores pudo como “alimentadores de piojos”. Muchos de ellos, matemáticos, se las arreglaron para organizar una resistencia intelectual, ofreciendo clase en las instalaciones del Instituto Weigl. Tenían tiempo de sobra, pues su “nutritiva” actividad solo les llevaba una hora al día. ¡Tenía que ser de lo más curioso ver a aquellas mentes preclaras discutiendo sobre teoremas mientras los piojos daban buena cuenta de sus muslos y pantorrillas!

Al finalizar la guerra, los soviéticos se anexionaron Polonia y Stalin realizó la limpieza étnica que Hitler no había podido ultimar. Fue una final triste para el Instituto Weigl, pero muchos de los que pudieron salvar la vida gracias al brillante biólogo lograron huir a occidente, o recuperar sus puestos en las universidades polacas.

Weigl hizo acopio de múltiples honores académicos pero nunca recibió el Premio Nobel de medicina, algo a todas luces injusto. De hecho, probablemente también se habría merecido el de la paz.

En el año 2003, Yad Vashem de Israel concedió de forma póstuma al Profesor Rudolf Weigl el título de Justo entre las Naciones. El mismo honor que también recibió otro nativo de Moravia, el industrial Oskar Schindler.


tomado de maikelnai.es

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